Revista VERDEMENTE-La Guia Alternativa de Madrid

martes, 11 de julio de 2017

Miedo y Meditación, por Juan Manzanera

La vida está llena de inseguridades, imprevistos e incertidumbres. A menudo nos encontramos con situaciones que nos llevan a sentirnos indefensos y desamparados. En un mundo en que todo es efímero, cambiante e impredecible es inevitable experimentar miedo. Aunque tengamos recursos para desentendernos de su presencia, no es raro que nos asalte y nos domine. Por miedo permitimos abusos y maltratos, por miedo nos limitamos, por miedo hacemos daño y destruimos lo que amamos, por miedo cometemos errores imperdonables y desperdiciamos la vida. El miedo nos lleva a ir en contra de nosotros mismos y nos impide desplegar el potencial como ser humano. 
Múltiples experiencias señalan la presencia del miedo. La ansiedad, la depresión, las adicciones, las obsesiones, etc., en general los trastornos mentales, indican sentir algún tipo de amenaza y temor. Una de nuestras necesidades más acentuadas es el anhelo de seguridad, sin embargo, la vida es insegura por naturaleza y por mucho que nos esforcemos, nunca llegamos a sentirnos completamente seguros. De modo que el miedo forma parte de la vida. Todos tenemos miedo, en esto somos iguales todas las personas. La diferencia entre unos y otros reside en nuestra habilidad afrontarlo, manejarlo y para convivir con él. 
Ahora bien, es preciso reconocer que el miedo no es malo en sí mismo. Es una reacción emocional que nos ayuda a estar alerta ante lo que puede resultar dañino y nos permite anticipar respuestas para defendernos o escapar. Además, nos hace estar más despiertos y atender lo que nos rodea con más cuidado. Sirve para evitar accidentes y desgracias, y es útil para anticipar situaciones peligrosas. Todos los seres vivos estamos programados para sentir miedo cuando percibimos peligro, y llega a formar parte de nuestro temperamento.
Podemos decir que el miedo es una reacción normal cuando se dispara en el momento apropiado y ante una situación peligrosa, y cuando se reduce hasta desvanecerse al finalizar la situación. Es normal cuando su intensidad es proporcional a la situación con que nos enfrentamos. Sentimos miedo sólo cuando percibimos o imaginamos algún peligro; por lo tanto, si no somos conscientes de un peligro podríamos no tener miedo en situaciones verdaderamente peligrosas.
Ahora bien, podemos sentir miedo en situaciones inofensivas si las percibimos como peligrosas. En tal caso, hablamos de un miedo nocivo. El miedo es dañino cuando se activa con excesiva frecuencia y su intensidad no se corresponde con lo que está sucediendo. También lo es si es una reacción que se repite a menudo sin motivo aparente y perdura demasiado tiempo. El miedo nocivo surge ante la posibilidad o el recuerdo de un suceso que no está sucediendo.
Manejar el miedo
Para manejar el miedo, lo primero importante es reconocerlo. Con frecuencia, nos sentimos mal, inquietos y desconcertados pero no somos capaces de percatarnos de que detrás de todo eso hay mucho miedo. Es preciso darse cuenta y saber aceptar que se tiene miedo. Percibir el miedo, vivirlo en el cuerpo y reconocerse con miedo es el primer paso para sanarlo. Esto no es nada fácil, pues a menudo escondemos el miedo detrás de reacciones emocionales intensas como la ira o la tristeza. 
Lo siguiente es indagar e identificar a qué le tememos. Esto requiere una cierta capacidad de introspección. Sabemos que tenemos miedo pero es preciso saber a qué se debe. Hay muchas formas de miedo, desde el miedo a algún tipo de muerte hasta el miedo a la vida misma, pasando por el miedo a cometer errores, al rechazo, a no ser capaz, a la ira, al fracaso, al futuro, a la crítica, a los insectos, a la enfermedad, al abandono, a la locura, al descontrol, etc. Conocer cuáles son nuestros miedos es el segundo paso.
Cuando reconocemos nuestros miedos es de gran ayuda recordar que todo el mundo tiene miedo en situaciones poco familiares, y que es una respuesta normal. Para poder afrontarlo, necesitamos aceptar que cierta dosis de miedo es algo natural e incluso necesaria; debemos saber que temer y rechazar el miedo es un obstáculo para solucionarlo. Por consiguiente, el objetivo no es eliminar el miedo sino regularlo y reducir su exceso. 
La única manera de superar el miedo es enfrentarlo. Un miedo puede desaparecer, pero hasta que no seamos plenamente conscientes de la experiencia no conseguiremos superarlo. Así, una de las estrategias más efectivas es familiarizarse con la experiencia de miedo y entrenarse en ciertas circunstancias controladas a sentirlo. Se trata de acercarse con perseverancia y continuidad a situaciones que producen un ligero miedo. No es necesario vivir en peligro, es suficiente enfrentarse a pequeños miedos y vivirlos conscientemente. 
Un error que solemos cometer cuando tenemos miedo es juzgarnos y sentirnos culpables. A veces incluso sentimos vergüenza de tener miedo. Es más sano ver el miedo como algo que tolerar y aprender a convivir con él. 
Meditación
La manera más útil de manejar el miedo es mirarlo y vivirlo con la máxima conciencia; se trata de llegar a sentirlo como una experiencia más de la vida. Muchos miedos se empiezan a resolver haciendo meditación pero meditar es una preparación para dar el paso definitivo de vivir el miedo en una situación dada. Cuando tenemos miedo a algo muy concreto lo mejor es enfrentarse a ello; sin embargo, no siempre tenemos la fuerza mental para hacerlo.
Meditar en el miedo significa tratar de experimentarlo con plena atención. Para ello cuando nos sentamos a meditar, traemos la situación que nos da miedo y tratamos de vivirla con la máxima intensidad y claridad de que seamos capaces. Ante la experiencia de miedo observamos lo que nos sucede. Veremos ciertas sensaciones corporales, reacciones emocionales, pensamientos, imágenes, etc. Observamos todo lo que pasa en el cuerpo y la mente como descubriendo qué significa realmente sentir miedo. Se trata de contemplar con curiosidad evitando rechazar la experiencia. 
Notaremos numerosas resistencias internas a sentir miedo, así como el deseo a que la meditación sirva para que desaparezca. Pero buscamos mantener una actitud impecable de curiosidad, ignorando cualquier interferencia en la experiencia de miedo. La meditación consiste en mirar con imparcialidad y aceptación la incomodad, el desagrado, la necesidad de sentirnos seguros, la culpa, la vergüenza, etc. Respiración a respiración buscamos la manera de abrir un espacio interno para acoger el miedo. Queremos dejar de oprimirlo y rechazarlo; queremos encontrar una relación nueva con el miedo. Aquí es preciso confiar plenamente en la práctica de meditación, confiar en el poder de la conciencia y en uno mismo. 
El efecto de hacer esto es que empezamos a reconocer que el miedo no nos invade totalmente. Es decir, sólo ocupa una parte en nuestro interior. Al principio parece que estamos poseídos por la experiencia de miedo, pero conforme lo observamos y profundizamos en nuestro interior, descubrimos algo más allá del miedo. Es similar a una nube flotando en el cielo. En nuestro espacio interno flota el miedo como una experiencia más; desagradable e incómoda pero tan solo una experiencia más.
El amor y la compasión
En muchos casos, una estrategia más potente para trascender el miedo es meditar en amor y compasión. Aquí lo que hacemos es envolvernos y llenarnos de en un profundo sentimiento de amor, compasión, gratitud y perdón. La presencia del amor en nuestro interior desplaza y disuelve la experiencia de miedo.
En esta práctica, primero nos hacemos conscientes del miedo y nos permitirnos sentirlo, evitando el rechazo y la huida. Dejamos que la experiencia se mantenga y empezamos a sentir amor. Podemos empezar recordando a una persona que nos sea muy querida y dejamos que el pensamiento de ella nos sirva para despertar amor. Luego, dejamos que el amor crezca hacia otros seres queridos y hacia nosotros mismos. Dejamos que el amor nos invada y nos envuelva. De modo que sentimos miedo pero estamos envueltos de amor. Podemos expandir el amor a todas las personas que tienen miedo como nosotros y dejar que ese amor penetre por todo nuestro cuerpo. Tenemos que darnos el tiempo suficiente para sentir el amor ocupando el cuerpo. Finalmente, se trata de sostener la experiencia y dejar que el amor ejerza su efecto sobre el miedo. 
La misma práctica puede hacerse invocando la compasión, la gratitud o el perdón. El estado final es vislumbrar la claridad interna donde flota el miedo. Un espacio en donde hay paz y seguridad. Ver el miedo desde esta perspectiva nos libera de él y nos reconcilia con nuestro ser más profundo.
Juan Manzanera
Escuela de Meditación

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